Gracias a la crisis de Ucrania, muchos consumidores se han dado cuenta que
resulta que gran parte de la fruta que producimos aquí, se manda a Rusia,
mientras que gran parte de la que consumimos aquí, viene de otros continentes.
Y claro, lo que podría parecer ilógico, exportar manzanas a Rusia e
importarlas aquí desde Chile, por poner un ejemplo, se justifica de la forma
más absurda y todavía más ilógica posible: el libremercado y los precios más
baratos. La primera de las grandes mentiras que nos han inculcado con el
neoliberalismo y que parece que tan bien ha cuajado en nuestra sociedad, hasta
el punto de que los precios siempre bajos que nos publicitan en muchos
hipermercados, se han convertido en un mantra que nos creemos a capa y espada.
Curiosas son las experiencias que hemos tenido en el CERAI en la
implantación de mercados ecológicos y de cercanía, cuando vemos que los precios
de los productos que allí se venden, resultan tener un precio de venta al
público igual o más barato que en los hipermercados. Magia, productos de
calidad, buenos, producidos sin adhesión de insumos químicos, con unos costes
de producción mayores, pero que resultan que son más baratos ¿Dónde está el
truco?
No hay truco. Simplemente no hay especulación y se reduce la intermediación,
lo que permite reducir costes y el vendedor, ya de paso, acepta márgenes
comerciales basados en lo que se considera un precio justo para el productor y
el consumidor.
¿O es casual que un mismo producto producido con costes diferentes
cueste lo mismo en los hipermercados? Pues no es casualidad. Hablemos de
distribución y distribuidoras, porque los grandes hipermercados son los que
dominan la distribución de muchos de estos productos. Ellos tienen un poder de
mercado muy grande, tienen donde posicionar el producto y tienen muchos
potenciales clientes, son los templos del consumo, por tanto, tienen mucho
poder sobre los precios.
Por poner un ejemplo. Si 4 grandes supermercados controlan el 80% de la
distribución de la naranja en España, tienen todo el poder para fijar el precio
de venta al público, pero también el precio de compra al productor. Compran
naranjas de África o de América a precios muy bajos porque sus costes de
producción son menores y obligan a los productores locales a bajar sus precios
a unos niveles en los cuáles su coste de producción no se ve cubierto y el 20%
del mercado que queda, no cubre toda la oferta que hay a nivel local ¿Será esta
una de las causas de la crisis de la citricultura valenciana? Lo es, aunque no
es la única.
Todo esto es discutible, lo curioso es cuando vas al hipermercado, ves que
la naranja local y la de importación, están al mismo precio, que curiosamente
no suele ser un precio excesivamente económico siempre. Más sorpresa nos llevaríamos
si se implantara un doble etiquetaje y viéramos el precio pagado al productor y
el precio de venta al público, nos sorprenderíamos de la diferencia, a pesar de
que es cierto de que desde la compra en el campo hasta la llegada al punto de
venta hay unos costes a tener en cuenta, pero precisamente muchos de esos
eslabones de la cadena de valorización son los que engrosan el precio.
Al final, el hipermercado busca aumentar sus beneficios, que son repartidos
entre pocas personas y no tiene ningún interés en reducir sus márgenes comerciales
para que esos beneficios sean repartidos entre las personas que realmente han
puesto la mayor parte de valor agregado a los productos que venden.
Y lo peor de todo, es que todos de alguna manera somos cómplices de este
sinsentido, porque en nuestras manos está el mayor poder, que es el que usan
las distribuidoras para poder fijar precios, y no es otro que el del consumo.
Tenemos en nuestras manos la oportunidad de ser consumidores responsables y
conscientes, de lanzar mensajes directos al mercado sobre que opciones de
compra y que mercado queremos.
Debemos ser conscientes de lo que hay detrás de cada producto, como se
produce, quien lo produce y en qué condiciones. Entender que también hay costes
medioambientales que pagamos todos y que no son cubiertos por las empresas al
importar, además de costes sociales para los países donde se producen gran
parte de los productos que consumimos y en muchos casos, graves violaciones de
los derechos humanos. Que consumir productos locales y promover los pequeños
negocios de barrio o los mercados, regeneran y reactivan la economía local. Que
ponerle apellidos a los productos que consumimos, es ya una garantía de
calidad, de cercanía y confianza con el productor.
Cierto es que no siempre tenemos acceso a estos productos, y en este caso
siempre me gusta apelar a la responsabilidad individual y a la del sistema y
por desgracia, la segunda muchas veces supera a la primera, pero no debe ser excusa
para que nos marquemos objetivos de mejora y ya decidir que a partir de mañana
un 5% de los productos que entraran en tu casa serán ecológicos, de cercanía,
comprados en pequeños comercios o en tu barrio y poco a poco ir incluyendo
criterios de sostenibilidad, responsabilidad y consciencia en tu compra y
aumentando ese porcentaje, con eso simplemente, ya estas siendo un héroe.