viernes, 22 de agosto de 2014

EL SINSENTIDO DEL COMERCIO Y DEL CONSUMO


Gracias a la crisis de Ucrania, muchos consumidores se han dado cuenta que resulta que gran parte de la fruta que producimos aquí, se manda a Rusia, mientras que gran parte de la que consumimos aquí, viene de otros continentes.

Y claro, lo que podría parecer ilógico, exportar manzanas a Rusia e importarlas aquí desde Chile, por poner un ejemplo, se justifica de la forma más absurda y todavía más ilógica posible: el libremercado y los precios más baratos.  La primera de las grandes mentiras que nos han inculcado con el neoliberalismo y que parece que tan bien ha cuajado en nuestra sociedad, hasta el punto de que los precios siempre bajos que nos publicitan en muchos hipermercados, se han convertido en un mantra que nos creemos a capa y espada.

Curiosas son las experiencias que hemos tenido en el CERAI en la implantación de mercados ecológicos y de cercanía, cuando vemos que los precios de los productos que allí se venden, resultan tener un precio de venta al público igual o más barato que en los hipermercados. Magia, productos de calidad, buenos, producidos sin adhesión de insumos químicos, con unos costes de producción mayores, pero que resultan que son más baratos ¿Dónde está el truco?

No hay truco. Simplemente no hay especulación y se reduce la intermediación, lo que permite reducir costes y el vendedor, ya de paso, acepta márgenes comerciales basados en lo que se considera un precio justo para el productor y el consumidor.

 ¿O es casual que un mismo producto producido con costes diferentes cueste lo mismo en los hipermercados? Pues no es casualidad. Hablemos de distribución y distribuidoras, porque los grandes hipermercados son los que dominan la distribución de muchos de estos productos. Ellos tienen un poder de mercado muy grande, tienen donde posicionar el producto y tienen muchos potenciales clientes, son los templos del consumo, por tanto, tienen mucho poder sobre los precios. 

Por poner un ejemplo. Si 4 grandes supermercados controlan el 80% de la distribución de la naranja en España, tienen todo el poder para fijar el precio de venta al público, pero también el precio de compra al productor. Compran naranjas de África o de América a precios muy bajos porque sus costes de producción son menores y obligan a los productores locales a bajar sus precios a unos niveles en los cuáles su coste de producción no se ve cubierto y el 20% del mercado que queda, no cubre toda la oferta que hay a nivel local ¿Será esta una de las causas de la crisis de la citricultura valenciana? Lo es, aunque no es la única.

Todo esto es discutible, lo curioso es cuando vas al hipermercado, ves que la naranja local y la de importación, están al mismo precio, que curiosamente no suele ser un precio excesivamente económico siempre. Más sorpresa nos llevaríamos si se implantara un doble etiquetaje y viéramos el precio pagado al productor y el precio de venta al público, nos sorprenderíamos de la diferencia, a pesar de que es cierto de que desde la compra en el campo hasta la llegada al punto de venta hay unos costes a tener en cuenta, pero precisamente muchos de esos eslabones de la cadena de valorización son los que engrosan el precio.

Al final, el hipermercado busca aumentar sus beneficios, que son repartidos entre pocas personas y no tiene ningún interés en reducir sus márgenes comerciales para que esos beneficios sean repartidos entre las personas que realmente han puesto la mayor parte de valor agregado a los productos que venden.

Y lo peor de todo, es que todos de alguna manera somos cómplices de este sinsentido, porque en nuestras manos está el mayor poder, que es el que usan las distribuidoras para poder fijar precios, y no es otro que el del consumo. Tenemos en nuestras manos la oportunidad de ser consumidores responsables y conscientes, de lanzar mensajes directos al mercado sobre que opciones de compra y que mercado queremos.

Debemos ser conscientes de lo que hay detrás de cada producto, como se produce, quien lo produce y en qué condiciones. Entender que también hay costes medioambientales que pagamos todos y que no son cubiertos por las empresas al importar, además de costes sociales para los países donde se producen gran parte de los productos que consumimos y en muchos casos, graves violaciones de los derechos humanos. Que consumir productos locales y promover los pequeños negocios de barrio o los mercados, regeneran y reactivan la economía local. Que ponerle apellidos a los productos que consumimos, es ya una garantía de calidad, de cercanía y confianza con el productor.

Cierto es que no siempre tenemos acceso a estos productos, y en este caso siempre me gusta apelar a la responsabilidad individual y a la del sistema y por desgracia, la segunda muchas veces supera a la primera, pero no debe ser excusa para que nos marquemos objetivos de mejora y ya decidir que a partir de mañana un 5% de los productos que entraran en tu casa serán ecológicos, de cercanía, comprados en pequeños comercios o en tu barrio y poco a poco ir incluyendo criterios de sostenibilidad, responsabilidad y consciencia en tu compra y aumentando ese porcentaje, con eso simplemente, ya estas siendo un héroe.